Inversión en una vivienda propia.

Comprar una vivienda en la que se va a habitar puede considerarse una inversión equivalente a la que una compañía puede realizar al construir o comprar una nueva sede.
El propietario de una vivienda tiene un lugar estable en el que vivir y puede presupuestar gastos de forma anticipada. La vivienda puede revalorizarse con el tiempo, con lo que incrementa el patrimonio del propietario. Por último, la compra de una vivienda puede suponer beneficios fiscales para el comprador.

La compra proporciona al propietario un lugar en el que vivir.

El potencial inversor va a tener la necesidad de un lugar en el que vivir en cualquier caso, y esta necesidad suele implicar tener que afrontar gastos incluso cuando no se compra; por ejemplo, las rentas mensuales al propietario de una vivienda que se alquila.
En opciones como el alquiler, los pagos hechos al propietario de la vivienda no son reembolsables para el comprador. En cambio, al comprar una vivienda, los pagos realizados repercuten en la adquisición de la propiedad y los derechos sobre la misma.
No todo el gasto que se aplica a la compra de la vivienda se aplica directamente al pago del precio de la misma. El comprador debe pagar normalmente una serie de impuestos asociados a la transmisión de la vivienda y la escritura de la misma. También es posible que deba pagar impuestos por el patrimonio inmobiliario del que dispone. Si el pago de la compra se realiza por medio de una hipoteca, una parte importante de las cuotas periódicas no se aplica al coste de la vivienda sino al pago de intereses por el préstamo recibido. 
La compra permite al propietario conocer sus gastos futuros de antemano. 
Si la compra de la vivienda es al contado, los gastos generales asociados a la vivienda (impuestos, agua, calefacción y energía) son normalmente crecientes pero el crecimiento es gradual. Conociendo los gastos en unos años es posible presupuestar cómo serán para los años inmediatamente siguientes. Estos gastos sólo pueden verse desbordados ante siniestros inesperados (como un incendio), que a su vez pueden ser moderados mediante la contratación de seguros (otro gasto periódico, normalmente creciente y presupuestable con cierta anticipación).
Quien alquila una vivienda en lugar de comprar puede encontrarse con que en el vencimiento del contrato sube la renta mucho o incluso tiene que buscar otro piso al que ir. En el caso de los compradores de vivienda, los gastos suelen ser más previsibles, pero eso no quiere decir que sean menores que los de una renta.
Normalmente es más caro comprar una vivienda que alquilarla, al menos durante los primeros años de una hipoteca. Si se están pagando cuotas de una hipoteca, el que un gasto sea previsible no quiere decir necesariamente que sea fácil de pagar. 
Una de las ventajas que aporta la compra de una vivienda propia, incluso pagada por medio de una hipoteca durante muchos años, es que es probable que el inversor haya terminado de pagar la vivienda en la época de su jubilación, ahorrándose así pagos mensuales que sí tendrá que seguir afrontando un jubilado que viva de alquiler.

La compra da mayor garantía de estabilidad que el alquiler. 
Una vez que se ha terminado de pagar la vivienda (o una vez que se dispone de estabilidad económica para pagar los plazos pendientes de una hipoteca), el inversor no se va a ver obligado a mudarse de vivienda por factores como los que pueden afectar a los inquilinos de viviendas alquiladas.
Un contrato de alquiler puede no ser renovado si así lo desea el propietario de la vivienda, teniendo el inquilino que buscar un nuevo lugar. El propietario de una vivienda no depende de la arbitrariedad de alguien que le alquile la casa, aunque sí puede haber circunstancias que le hagan buscar un nuevo lugar, como el deterioro de la vivienda, necesidad de cambio de ciudad o falta de adecuación de la vivienda ante cambios familiares (como el nacimiento de gemelos).
La estabilidad que proporciona la compra de una vivienda también tiene su lado malo en épocas en las que no es necesaria o deseable esa estabilidad. Si dos personas (un propietario de vivienda y un inquilino) reciben una oferta de empleo con muy buenas condiciones económicas pero a 1000 kilómetros de su localidad de residencia, le será más fácil aceptar la oferta al inquilino, que al propietario que tiene que pensar qué hace con la vivienda de la que es propietario. 
La vivienda comprada es patrimonio del comprador.
La compra de vivienda permite al propietario de la misma incrementar su patrimonio si el precio de las viviendas se revaloriza. Salvo en lugares y épocas concretos, (como España entre el 2008 y hasta algún momento futuro), los precios de las viviendas suben como la inflación o algo por encima de la inflación. Si en un momento dado se compra una vivienda valorada en 100.000 euros y se hace una inversión de 100.000 euros en un producto de renta ligado a los tipos de interés o a la inflación, es probable que en un plazo suficiente, por ejemplo 30 años, la vivienda esté valorada por encima de la inversión en renta. Y es casi seguro (salvo degradación o siniestro del edificio) que el valor de la vivienda tras treinta años será superior a los 100.000 euros. En este sentido, invertir en vivienda permite incrementar el patrimonio a lo largo del tiempo.
Este incremento patrimonial no supone que quien ha invertido en una vivienda propia pueda recoger beneficios fácilmente. Para recibir un rendimiento económico del incremento del valor de la vivienda, el propietario tendrá que venderla. Y al vender la vivienda propia, tiene que pensar, en primer lugar, en los gastos que tendrá que afrontar para vivir en otro lugar a partir de ese momento. Un comprador de una vivienda por 30.000 euros hace unos años, puede ver que actualmente su vivienda está valorada en 300.000 euros. Pero si vende la vivienda por esa cantidad, no va a encontrar una vivienda semejante por mucho menos dinero. Una forma de aprovechar el valor patrimonial de su vivienda es la contratación de hipotecas inversas. 
La compra de una vivienda puede estar bonificada.
La compra de una vivienda en la que se habita puede estar subvencionada o bonificada fiscalmente. Esto supone que el dinero efectivo que se paga por la vivienda es menor que el coste de una vivienda equivalente que no esté acogida a las subvenciones o no esté bonificada fiscalmente.
La reglamentación fiscal varía mucho en cada país (e incluso en cada región) y puede no ser estable a lo largo del tiempo. Una compra en una fecha concreta puede suponer bonificaciones en el pago de impuestos mientras que los compradores de otras fechas no reciben estas bonificaciones.
El hecho de que una vivienda tenga ayudas puede suponer posteriormente una limitación a la hora de transmitir la vivienda a un tercero. Así, en España, las viviendas de protección oficial tienen un precio fijado y unas condiciones de financiación que en general son menores que los precios y condiciones de las viviendas libres. A cambio de estas condiciones, la venta de estas viviendas tiene unas limitaciones de fechas o precios que no tienen las viviendas libres.
Enlaces
       Hipoteca inversa.
       Inversión para poner en alquiler.

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